Páginas vistas

sábado, 7 de junio de 2014

Capítulo IX



Capítulo 9




Esa fue la peor noticia de toda mi vida, después de su muerte. Mi madre sufrió cáncer y fue incapaz de decírnoslo. Me dolía el pecho de la angustia que tenía. Quería morirme en ese momento. No quería saber nada del mundo, quería ver a mi madre, abrazarla y decirle que fue la mejor madre del mundo por mucho qué nos hubiera mentido a mi padre y a mí. Empecé a llorar. Quería ir a la cocina, coger un cuchillo y quitarme la vida, pero el culpable de no dejarme hacer eso era la estantería que tenía encima. 

Ese día fue una mierda, excepto el beso con Josu y la sorpresa de Álex. No sabía qué hacer. Tenía que enseñarle eso a mi padre, pero, ¿cómo? Bastante mal estamos como para darle un disgusto más… No tuve más remedio que ir otra vez donde Álex a contarle todo. Tenía que desahogarme, y él era el único que sabía cómo hacer para tranquilizarme. 

Fui corriendo hasta la casa de la abuela y llamé al timbre unas veinte veces. En total llevaba llamando al timbre en todo el día cuarenta veces. Álex no me abría, asique escalé el árbol que tenía justo enfrente de su balcón. Hice lo que pude para poder llegar a su habitación, pero o volaba, o me metía una hostia. Así que decidí volar, pero realmente me metí la hostia que de verdad me esperaba. No me rendí, y volví a subir el maldito árbol de tres metros de alto. Esta vez intenté coger carrerilla desde una rama, pero como se podía imaginar, me volví a caer en el mismo sitio de antes. Así que sin rendirme, volví a subir el puñetero árbol de mierda y al fin conseguí llegar al balcón. Ni yo sé aún como. 

Me quité los yerbajos qué tenía en la camiseta y en los pantalones y decidí entrar en su habitación. Siempre tenía el balcón abierto así que pasé. Pero al pasar me encontré algo que no podía ni creérmelo. 

Me quedé boquiabierta. Mis ojos no podían estar más grandes y más llenos de lágrimas. Hace diez minutos acababa de recibir la peor noticia de mi vida y cuando quería llorar tranquila con alguien, resultó que tuve que ver a Álex con una tía besándola. Me mordí el labio inferior y empecé a sangrar cuando vi que la persona a la que besaba Álex, era Paula. 

Ninguno de los dos se dio cuenta de qué estaba ahí. Hasta que se empezaron a quitar poco a poco la ropa como si fueran camino a follar. Ups, perdón, el acto sexual. Aun que cualquiera en su sano juicio no se acostaría con él: moreno, ojos verdes, cuerpazo, alto, guapo y majo. Aun que era un cabrón, era majo. Pero aun y todo eso, no quería ver  una escena de porno gratis. Así que me fui por la puerta de su habitación, entonces si se dieron cuenta. 

Álex bajó corriendo a donde mí y yo le empujé diciéndole que me dejará en paz. Por un momento pensé que Álex pasaba tiempo con Paula para no herirle los sentimientos diciéndole qué no quería estar con ella. Pero me equivoqué. A Álex le gustaba Paula y se la iba a follar de una manera u otra. Con Álex me iba a pasar lo mismo que con los demás amigos qué he tenido. Aún sigo sin saber cómo no pude esperármelo después de tantas veces que me ha fallado la gente. 

-Alicia ¿¡qué coño haces en mi habitación!?- me dijo Álex mientras se abrochaba su camiseta.

-Nada, el gilipollas. Ya me voy, tranquilo.- le conteste mientras me dirigía a la puerta.

-No. Explícame qué hacías en mi cuarto.- me insistió.

-Explícame tú que hacías con Paula en tu cuarto.

-No eres mi novia, no te tengo que dar explicaciones de nada.

-Ah, pues yo tampoco.- y me marché de la casa de mi abuela dirección al hospital a ver a María. 

Cogí mi bicicleta y antes de qué Álex me respondiera y me dirigí hasta el hospital. Necesitaba llorarle a alguien, pero no sabía a quién… No sabía ni lo qué hacía. Mis lágrimas no me dejaban ver el camino, y al final me caí. Me dolía todo el cuerpo y no podía respirar. Aún no sabía porque razón estaba así; si por lo de Álex, o por lo de mi madre. De lo que estaba segura era qué de mi cabeza salía sangre. Y de ahí olvidé todo. Solo me recuerdo en la cama del hospital.





-¡Hija! ¡Te has despertado! ¡Gracias a dios! 

Empecé a abrir los ojos poco a poco y a ver gente alrededor mío. No reconocía a nadie, tenía la vista nublada y era imposible reconocer a alguien. La gente me abrazaba y lloraban, supuse qué de alegría. 

-Alicia, ¿Qué tal te encuentras?- me preguntó un hombre qué ni conocía. Pero llevaba una bata blanca, así que supuse que era él médico.  

-Bien, supongo.- empecé a decir mientras me frotaba los ojos para ver con mejor claridad todo.- ¿Qué ha pasado? ¿Qué hago aquí? 

-Te caíste de la bicicleta hace cuatro horas y una persona qué te vio en el suelo tirada llamó inmediatamente al hospital.- empezó a decirme.- Ahora, dime, ¿cuántos dedos tengo?

Miré a mí alrededor. Ignoré su pregunta y me volví a tumbar en la cama. Lo único que recordaba fue salir de casa de la abuela, coger la bicicleta y… de ahí nada más. 

-Bueno, veo que estas alterada y nerviosa. En seguida viene una compañera mía y te explica todo.- me dijo él doctor.

-¿Qué todo?- dije asustada.

-Tú radiografía y tu operación. Tenemos qué ver qué te has hecho y por qué te ha pasado eso. 

No era la primera vez qué iba a un hospital. Cuando sufría bulimia siempre tenía que venir a qué me hicieran pruebas de si mejoraba o empeoraba. Empeoraba, pero poco a poco empecé a mejorar. Así que dejé de venir.
-Cariño, nos habíamos asustado muchísimo. Creíamos qué te habíamos perdido. Llevo llorando cuatro horas, ya perdí a la mujer de mi vida y pensar que iba a perder a la única mujer maravillosa qué me queda… me destrozaba el corazón.
¡Mi madre! ¡La carta de mi madre! Pensé en contárselo, pero le di muchas vueltas y al final decidí no contarle nada. Por una parte ésta muy mal no contárselo, pero bastante estaba sufriendo. María y yo estábamos en el hospital ingresadas y decirle qué mi madre se murió de cáncer y no quiso decirnos nada, pues no me parecía el momento.

-¡Hola muchacha! Soy Laura, medica que te va a explicar todo lo que te vamos a hacer a continuación.

Esa chica me sonaba mucho. No sabía de qué, pero ver su cara me recordó a la de alguien. También llegue a pensar qué estaba drogada de tantas pastillas que me habrían metido y qué en algún momento seguramente iba a ver unicornios rosas con hipopótamos.

-Vale… gracias.- respondí confusa, no sabía que contestarle. 

-¡Muy bien! Pues empezaré por decirte… ¡Oye! ¡Cómo me suenas!

-¿A mí me dices?- dije mirando a los lados por si se lo decía a otra persona.

-Sí. Me suenas mucho. Más bien me suenan tus ojos. 

-Me llamo Alicia. He venido muchas veces al hospital, puede ser por eso. A mi tú también me suenas. 

-Llevo trabajando en un hospital tres meses. 

Y de repente entró mi padre. Entraba con una caja de cartón enorme.

-Perdone, señor. Ahora no puede entrar, lo siento.- le dijo Laura, la médica. 

-Lo siento… no lo sabía… ¡Ostras! ¡Laura!- dijo mi padre mientras la abrazaba. Yo estaba alucinando. Mi padre la conocía. Y yo también, pero no sabía de qué. 

-¡Joseba! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal todo?- dijo Laura entusiasmada.

-Pues aquí, con la niña en el hospital…- dijo mi padre agachando la cabeza mientras s le caía la lágrima. Se me rompió el corazón verle así.

-¡Ala! ¿Es tu hija? Entonces ya sé de qué me sonaba…

No entendía nada de esa conversación. Se conocían, me conocían, nos conocíamos… ¡Pero yo seguía sin saber de qué me sonaba esa tía! 

Estuvieron hablando unos diez minutos mientras yo inspeccionaba mi habitación. La última vez que vine a un hospital tenía catorce años y estaba en la planta de nos niños. Esa vez como tenía dieciséis, pues estaba en la de adultos.  Todo era tan raro y tan feo. Hasta las vistas qué tenía desde mi cuarto al exterior eran feas. Pero bueno, por lo menos no me tocó con nadie en la habitación y eso compensó lo demás. Mi padre me dio dos besos, se despidieron el uno del otro y se fue mi padre. Laura me empezó a tocar la cabezada. 

-Qué majo tu padre. ¡Ahora ya sé de qué me sonabas! Soy Laura, la chica qué conociste cuando tu padre se tuvo que ir al hospital por el accidente de tu madre y tal… Hablo de hace 10 años, en New York.- empezó a decirme mientras se reía de la alegría de ver a mi padre. 

-¡Ah! Lo de mi competición de ballet. ¡Ahora ya sé quién eres! Pero eras más joven.- le dije chasqueando la lengua.

-Qué graciosa.- me respondió ella con el él mismo gesto mío anterior.- Ahora tengo 27 años y un hijo. Más o menos de tu edad. Tuve un hijo demasiado pronto porque me violaron y así… Pero no quiero remover pasado. Lo positivo es qué mi hijo saca buenas notas y es un chico bien majo. No sé si lo conocerás. Estudia por aquí…

-Pues no sé, pero aunque me dijeras quien es, tampoco lo sabría. 

-Bueno, al menos no le pasó nada a tu madre. Qué susto nos llevamos ese día en New York…- dijo mientras se reía de la situación.

-Mi madre murió en el accidente.- dije con cara seria. Dejó de reírse y me abrazó. 

-Lo siento…- empezó diciéndome.- Bueno, voy a hacerte unas pruebas, ¿vale?

-Sí, pero no me pinchareis con una aguja, ¿no?- dije asustada mientras me agarraba el brazo dónde mi hicieron la última vacuna. 

-De momento no. Estate tranquila. 

Y así estuvimos durante una hora. Después de esa hora me dieron la oportunidad de ir a buscar a María. Entré en su habitación y ahí estaba la pequeña mosca cojonera… Cada día estaba más guapa. Me acerqué donde ella y le di cincuenta y cinco besos, hasta que me pegó una colleja por ser tan pesada besuqueándola.

-¡Menos mal que estas bien! Me habían dicho qué no respiraban y por poco me muero de un infarto, en serio.- me dijo María mientras me cogía de la mano. Fue muy graciosa esa situación. Las dos llevábamos los blusones azules qué te dan en el hospital y llevábamos unos pelos de loca impresionantes.  

-Me caí de la bicicleta y no me acuerdo de nada más. Solo me acuerdo qué salía de casa de mi abuela Carmen después de encontrarme una sorpresa divertidísima.- dije con acento irónico. 

-¿A si? ¿Cuál?

María se pensaba qué lo decía de verdad, así que en vede responderla cerré los ojos y me reí para mí misma. Estuvimos hablando a solas, pero en ningún momento dije nada de la carta de mi madre ni lo de Álex ni lo de Josu. Demasiado mal iban las cosas como para empeorarlas. 

-María, te tenemos que hacer radiografías. Por favor, acompáñame.- le dijo una médica pelirroja.

-Sí, ahora mismo.- respondió María mientras se levantaba de la cama mientras se quitaba los tubos de sangre qué tenía por los brazos. 

-Bueno guapísima, mucha suerte y otra vez te toca venir a donde mi.- le dije mientras le daba el último beso. 

Cerraron la puerta y fuera de ella estaban Enrique y mi padre esperándome. 

-Qué pasa, ¿qué tenías complejo de María o qué?- me dijo Enrique mientras me daba un beso en la frente. 

-No, Enrique. La echaba de menos, entonces la única solución para verla era o romperse algo o quedarse sin vida.- le respondió mi padre a Enrique mientras los dos se reían. Después, les pisé los pies a los dos y me fui corriendo a mi habitación mientras ellos me perseguían. Al final tiramos a una señora al suelo entre los tres, pero sin querer. 

Llegamos a mi habitación y en la cama me encontré con algo. Era un regalo, con una rosa y una carta.

Espero qué te mejores, recuerda que por muchas cosas qué pasen, la sonrisa nunca se pierde. 

No llegué a imaginarme quién era, pero la rosa olía muy bien y el regalo era bastante grande. Por al fondo se oían unos pasos fuertes, y supuse que era mi padre con Enrique. Así que guardé todo debajo de la cama y me metí en ella como si nada hubiere pasado. 

-¡Te pillamos!- dijo mi padre mientras me empezó a hacer cosquillas.

-¡Para papá! ¡Me estás haciendo daño! ¡Hay tengo un moratón y me tienen qué mirar!- le respondí. En realidad le mentí. No me hacía daño ni tenía un moratón, simplemente quería que dejara de hacerme cosquillas para salirme yo con la mía y estirarle del pelo.

-Serás…- me dijo mientras me empezó a apretar los dedos de las manos.

Sonó un teléfono. Pensaba que era el mío, pero en realidad era el del hospital. Cogió mi padre y dio un salto de alegría. Dijo que si a todo y se marchó. Yo seguía confusa, pero por fin estaba en la cama descansando. 

-¡Kaixo, preciosa!- dijo un voz muy extraña.

-¿Hola?- dije asustada.

-Soy yo, Nahikari, ¡tú prima! - me respondió mientras me daba dos besos.

-Ah, ¿qué tengo una prima qué se llama Nahikari?- dije alucinando. Nahikari me parecía el nombre más raro del mundo.

-No puede ser… ¡qué tienes alzhéimer! 

Esa tía era tonta. O por un momento llegué a pensarlo. 

-No, no sufro alzhéimer.- dije con un tono grave.

-Entonces, ¿qué haces aquí y por qué no me reconoces?

-Porque me caído de la bici y porque no te conozco.

Entró mi padre y me empezó a contar qué era mi prima Nahikari qué venía desde Vitoria-Gasteiz para ver mi estado. Con ella venía su padre y su madre, hermana de mi padre. Pero ellos no habían subido porque había demasiada gente en mi habitación.

-¡Ah! Pues hola, Nahikari.- dije mientras le daba dos besos. 

Llevaba una camiseta con la palabra independentzia, con unos leggins negros y una falda con colores. Era morena, con unos ojos claros y con un cuerpazo de cien.  Pero sobre todo, era bien maja. 

Estuvimos hablando con mi padre de economía (tema qué nunca me a gustado ni me va a llegar a gustar) y empezó a dar sus opiniones y así. Nos dijo qué nos iba a enseñar a hablar euskera algún día para qué cuando nos acercáramos a Vitoria-Gasteiz supiéramos un poco de euskera. 

Me metieron en una sala para hacerme pruebas y radiografías. Estuvieron bastante tiempo haciéndome cosas y me durmieron. A la hora siguiente, María vino a mi cuarto y estuvimos hablando y jugando con Nahikari. Hasta que vino un doctor y nos dijo con mi padre y Enrique delante:

-Hemos hecho nuestras hipótesis, y hemos concordado qué sufre bipolaridad.

-¿Pero quién de las dos, doctor?- dijo mi padre asustado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario