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martes, 1 de abril de 2014

Capítulo III




Capítulo 3




  Querido quien lo lea:

  Te parecerá raro haberte encontrado esto aquí. Bien, te explicaré qué hace esta carta debajo de esta piedra. No quiero entrar en historias, así que, me voy a tirar por aquí. Sí. Sé que parece una broma, pero no es así. Quiero mucho a mi hija y a mi marido, pero yo no estoy a gusto con mi vida. Puede que no me suicide ahora. O puede qué sí, quién sabe. Mi muerte estará al llegar. Prefiero matarme yo, a qué me maten estas células malas. Nadie sabe que tengo cáncer, solo los médicos y tú, seas quien seas. Coge mi carta, y si algún día oyes en las noticias algo de una muerte, piensa en mí, o no, quien sabe.

Gracias

Ana…

Nos quedamos todos boquiabiertos. Una mujer se quería suicidar y sólo él lo sabía… Bueno, él y ahora nosotros, claro. Pobre mujer… Pobre hija suya más bien. Esa tal Ana no sabe lo que sufriría su hija si ella se fuera para siempre. Muchas hablan del tema, pero pocos lo saben. 

-¿Dónde te encontraste eso?- preguntó mi padre, para quitar el silencio.

-Una montaña cerca de aquí. No sé cómo se llama.

-¿Hace cuánto te encontraste la carta Álex?- preguntó Enrique.

-Hace mucho. Más o menos… once años o así. No pone ni fecha ni me acuerdo del día exactamente.

Hablar de las montañas me recordaba a mi madre… Cuando yo era pequeña siempre íbamos a andar. Yo en bici y ella andando. Teníamos siempre una meta: ir al pueblo de al lado para tomarnos una taza de chocolate con pastas. 

Así estábamos las dos… Un poco gorditas, pero para algo íbamos en bici hasta ahí. Recordar a mi madre hizo que se me cayeran algunas lágrimas… Por suerte nadie se dio cuenta.

-Ahora qué lo pienso… ¿Sabe si esa mujer se ha muerto ya?- pregunté yo.

-Ni idea. Antes buscaba información sobre si había pasado algo por esa zona y así, pero nada… - me respondió él.

Bueno, en la carta pone que o se suicidó por el barranco de la montaña, o por su cuenta, o la mataba el cáncer. ¡Qué triste! ¡Qué triste es ver como alguien que quieres mucho se pierde por unas asquerosas células! Menos mal que al menos ningún familiar mío ha tenido cáncer. 

-Bueno, nosotros nos vamos a poner la casa en orden- dijo mi abuela cortando de tema.- Álex, despídete y luego si quieres ven.

-Está bien, Carmen. Hasta mañana chicas, nos vemos en clase.

¿Nos vemos en clase? ¿Qué quiere decir con eso? Vale, viene a nuestro instituto. Y eso supone… madrugar para enseñarle el instituto y presentarle los profesores. Menuda mierda…

-¡Ay qué bien! ¡Vas a venir a nuestro insti! Yo te presento a los profesores. -dijo María. 

Empecé a sonreír. Si ella iba, se suponía que yo no tendría que ir y eso suponía no tener que madrugar más de lo normal. ¡Genial!

-Genial, ¿a qué hora quedamos para ir al instituto? Yo no sé dónde está.

-Hay que coger el autobús, o ir en bici Álex.- le respondí yo.

-Entonces María, tendremos que ir en autobús porque no tengo la bici aquí…

-¡No te preocupes! Además, por la mañana ir en bici es lo peor. Y más si es lunes.- le respondió María a Álex.

Nos despedimos todos de Álex y empezamos a comer. Eran las tres del mediodía y tenía un hambre que no podía con ella. Mi padre siempre me llenaba el plato de comida, pero cuando Enrique hacía su pollo asado con patatas, no era lo mismo. Sabía que si nos echaba mucha comida, lo íbamos a dejar y Enrique se pondría a llorar y se haría sus paranoias y bueno, qué era mejor. 

-¿Qué os ha parecido Álex?- volvió a quitar el silencio mi padre.

-Un chico majo.- le respondí yo.

-Te falta decir que es muy guapo y que está buenísimo. – respondió María.

-El físico no importa.- le respondí a María.

-Supongo que tú no eres la más adecuada para decirme eso.

-María, ¡para! No sigas por ahí.- le respondió Enrique.

-No, por favor, Enrique, déjala terminar, a ver qué burrada dice ahora.- le respondí yo de mala manera.

No me lo podía creer. Ya no era que nos chilláramos y así, era que nos empezábamos a odiar. Tocaba temas que no debía, temas muy duros. En este caso tocó el mío de la bulimia. Claro, qué iba a saber ella, si era la típica chica con culo perfecto y tetas, ya ves… Muy bonito por fuera pero por dentro todo mierda. 

-Alicia y María, parad ya, por favor.- nos dijo mi padre a las dos.

-No, no me paro. Esos temas no se tocan, ¡gilipollas!- le respondí yo.

-¡Gilipollas, tu madre!- me dijo ella.

Me fui de la cocina de malas maneras. De tan malas que le tiré el pollo asqueroso de su padre en la camiseta blanca de ella. 

¿Cómo puede ser tan mala persona? Toca un tema que empecé a sufrirlo después de la muerte de mi madre, y ahora va, y mete la muerte de mi madre. Dudaba si era gilipollas, pero ahora lo sé definitivamente. Es gilipollas de culo para arriba y de culo para abajo. Me quería ir de casa, pero no podía ya qué mi padre empezaría a echarme el tostón de que si me voy me va a pasar algo, que me tranquilice y así. Cosas que no arreglan nada. 

Así que me tumbé en la cama boca abajo. Luego boca arriba. Pensé en mi madre. En lo genial que sería tenerla. Si estuviera ahora junto a ella, no habría conocido a esta gilipollas, alias María. 

Me puse los cascos y empecé a oír música. Mi canción preferida: Color esperanza, de Diego Torres. Como cantábamos mi madre y yo esa canción. Siempre que estaba mal, venía a mi cuarto con un tazón de chocolate con un poco de nata por encima y con el reproductor de música ponía la canción. ¡Qué bonitos años junto a mi madre! Diez hermosos años. ¡Cómo quería a mi madre! Jamás me la quitaré de la cabeza, básicamente porque ella junto a mi padre, son mi vida.

Le di al play y mirando al techo tumbada, empecé a cantar:
Sé que hay en tus ojos con solo mirar
que estás cansado de andar y de andar
y caminar girando siempre en un lugar
Sé que las ventanas se pueden abrir
cambiar el aire depende de ti
te ayudara vale la pena una vez más

Saber que se puede querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón…

De repente se abre la puerta. No puede ser. ¿Otra vez está molestándome? ¿No le basta lo que me ha dicho como para seguir con el rollo? 

-Alicia… Lo siento. Me he pasado mil cinco pueblos.- empezó a decirme.

-Mil seis.- le respondí.

-Lo siento, en serio. Es que, tengo problemas. Me siento sola a veces, antes me sentía más, pero mi padre se hizo amigo del tuyo y pues empezamos a ser buenas amigas y me sentía mejor. Pero no hemos distanciado, la edad o lo que sea, y te echo de menos, por eso digo esas cosas sin sentido.- me dijo María llorando.

-María, el hecho de que te sientas sola no significa que me digas esas cosas. Tu madre está en la cárcel, y como bien sabrás, estar sin madre es lo peor. Tú al menos puedes ir a verla. Dos veces cada tres meses, pero vas. Yo si quiero ir a verla tengo que ir al cementerio. Y para  colmo me sacas el tema de la bulimia, que aún sigo con ello. Sigo sin ver el sentido a la excusa que me has dicho.

-No es excusa, quería hablarte de mi problema, si puedo claro… 

-Claro que puedes, pero como me vuelvas a decir algo de ese estilo, no te hablo más, queda dicho ya ¿eh, María?- y la abracé. 

-Gracias, Alicia, de verdad. Verás, es muy raro este tema. Empecé a hablar con una amiga por Internet, como te dije. Hablamos en grupos y así, y resulta que esa amiga tenía novio. El novio estaba en el grupo, y bueno, el tema es raro, porque no sé de qué manera, pero me empezó a amenazar. Sí, me dijo que lo iba a pasar fatal el resto de mi vida si no dejaba de hacer eso. Lo que pasa, es que no sé a qué se refiere con ‘eso’. Yo sólo hablo con su novia, de amiga a amiga, y no sé, pero le sienta mal o algo, sino, no sé. Y bueno, yo pues pasaba del tema, ¿qué me va a hacer un chaval de Valladolid si yo vivo en Madrid? Nada, absolutamente nada. Pues resulta que sí. Camino a casa después del instituto, me empezaron a seguir dos personas que iban de negro. Yo estaba asustada no, lo siguiente. Eché a correr y llegué a casa. No había nadie, y empezó a sonar el teléfono. Lo cojo y empezaba a decir una voz: ‘Te avisé, despídete de tus seres queridos, hasta aquí has llegado.’ Yo no me lo podía creer. Colgué el teléfono, pero volvía a sonar como loco. Empecé a llorar y todo. Las ventanas del salón empezaron a sonar. El teléfono. Vi sombras. Me quería morir, pero me iban a matar, y todo, por hablar con la novia de ese chico. 

-No me lo puedo creer, ¿no será esto una cámara oculta, no?- le pregunté.

-¿Tiene pinta acaso?- me respondió molesta.

-Tienes razón, lo siento. Aparte de hablar con ella, ¿no hablaste con nadie o así?

-No. Sólo hablaba con ella y estaba en ese grupo no sé por qué. De momento han parado. Se metieron en mi móvil, no sé cómo, y me hicieron una faena. A mi padre le dije que me lo robaron, pero en realidad ese chico metió su cuenta en mi móvil y no hacía más que amenazarme. Por eso me compré otro.

María estaba llorando. Lloraba como nunca la había visto ¡Qué triste es que una chica llore y la amenacen por algo qué ni ha hecho! Bueno, que ni sabe lo que ha hecho. La volví a abrazar. Esta vez lloró más. 

-María, decirte qué estés tranquila no te va a ayudar, así que, túmbate conmigo a escuchar música, y que las letras de las canciones entren al corazón.- le dije.

-Gracias por todo, Alicia. Pero esto no se lo cuentes a nadie, sólo lo sabes tú, y ya que eres mi hermana, confío en ti.

-Espera, ¿qué ni la novia del chico que te amenaza lo sabe?- le contesté.

-No. 

-¿Y a qué esperas a contárselo? Bueno, a ella, a la policía, a tú padre, al mío…- le conteste.

-No puedo. Si se lo cuento a alguien directamente me matan a mí, o a ti, o a mi padre, o al tuyo…

-Dejemos el tema para otro momento María, ¿qué canción quieres poner? 
 
-Pon it’s my life de Bon Jovi.

Y empezamos a contar las dos. Gritando como locas, saltando por mi habitación y cantando:

It's my life
It's now or never
I ain't gonna live forever
I just want to live while I'm alive
My heart is like an open highway
Like Frankie said
I did it my way
I just wanna live while I'm alive
It's my life

- 'Cause it's my life! – Terminó de cantar María.

Y otra vez, se abrió la puerta. Esta vez era mi padre.

-Hola, chicas, se oían vuestros gritos desde el salón.- nos dijo sonriendo. 

-Nunca tendrás la voz qué tenemos nosotras y lo sabes papá.- le contesté yo.

Mi padre nos trajo a cada una, una taza de chocolate con un poco de nata por encima. Él sabía que eso me alegraba mucho, porque me recordaba a mi madre. 
Fui donde él y le di un abrazo.

-Gracias, papá, por todo lo que haces por mí.- le dije. Y le di un beso en la mejilla.

-Si no te cuido yo, ¿quién te cuida?- dijo mi padre.

-¡Yo! Aunque, me tendría que cuidar ella a mí.- dijo María.

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