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martes, 22 de abril de 2014

Capítulo VI

Capítulo 6



-¡Vamos María, sube al coche!- le chilló Enrique a su hija.

-¡NO! Yo sé qué estoy bien, no tengo que irme a ningún lugar, ¡déjame en paz!

-María, no puedes seguir así, tenemos que hacer algo, sube al coche, no va a pasar nada. Confía en mí.- le respondí yo.

-Me vais a llevar al hospital, lo sé… ¿Por qué no confiáis vosotros en mí y me dejáis aquí en casa sola?

Confiábamos en ella, en todo momento… pero hasta ella sabía que estaba mal. Solo queríamos ir para ver como podíamos arreglar todo.

-Cariño… sube al coche por favor.- le dijo mi padre a María. María se lo negó.

-María… venga.- respondió Enrique.

-Mañana, por favor… esperar a mañana. – dijo María.

Todos agachamos la cabeza, y la hicimos caso.

-Mañana va a ser un día muy duro, tanto para ti, como para nosotros María.- le dijo mi padre dándole un beso en la mejilla.

-Lo sé, no es la primera vez que piso un hospital…

Nos subimos a nuestro cuarto, e intentamos dormir todos.


Martes, 22 de enero de 2013


Menuda noche fue… Peor no pudo ser. No me quitaba de la cabeza nada: ni lo de María, ni lo del papel que me tiraron anoche por la ventana del cuarto.
Me dirigí hasta el cuarto de María y ahí estaba. Dormida. Desde luego no tenía pinta de ir al instituto. Me agaché hasta su cabeza, y le puse el pelo detrás de la oreja y le dije:

-Buenos días, leona. ¿Qué tal estás?

-Buenos días, Alicia. No he dormido en toda la noche. Me he preocupado mucho por vosotros. Os he hecho sufrir. Lo siento, en serio.

-Solamente nos tenías que haber dicho que seguías viendo a Elisabeth. Queremos ayudarte, pero no te das cuenta.- le respondí.

-Sí que me doy cuenta. Pero a Elisabeth la veo desde siempre, y lo seguiré haciendo. No hay nada que me lo impida. Créeme.- me dijo mientras ella lloraba.

Por el fondo se oían unos pasos, era Enrique. Tenía una cara de no haber dormido nada, pero yo no quise comentar nada. Se acercó a ella y le dijo:

-Buenos días, María, ¿qué tal estás?

-Buenos días, papá. Me ducho y nos vamos…

-¿Ir a dónde?- pregunte.

-Al hospital. He cogido cita, si no tendríamos que estar esperando todo el día.- me contesto Enrique.

Si el lunes terminó mal, el martes ha empezado peor de lo que termino el lunes. María llorando, Enrique enfadado con el mundo (cosa qué aún sigo sin saber por qué, nadie le había hecho nada), yo con ojeras y dolor de cabeza por no dormir y mi padre… Aún no se había despertado.

María cogió sus cosas y se dirigió a la ducha. Enrique salió de la habitación en dirección de la suya para cambiarse e ir al hospital. Me dirigí yo también a mi cuarto a ventilarlo cuando de repente… ¡Otra carta! La cogí y la abrí. Ponía:

    Buenos días, ¿a qué has dormido pensando en mí? No te preocupes, sólo       quiero una cosa, y si no me la das, pues me llevo a tu amiga María, es               sencillo de entender, ¿no?

-Mmmm… esta persona es gilipollas. Por favor, que no estamos en un juego. Tengo pruebas. Si desaparece María sé quién se la ha llevado: una persona de mi clase. Y tiene huellas… Si es que, como se nota que ser gilipollas es gratis.- pensé.

Decidí responder la carta. Quería seguirle ese estúpido juego. Empecé:

    Me gustaría saber quién eres, solamente para reírme en tu cara. Antes de      hacer estas cosas, yo pensaría bien lo que sucederá si yo llevara estos              papeles a comisaría. No sé eh, pero me parece de subnormales que hagas      esto, chaval/chavala. Ala, un beso J

La doblé y la tiré por la ventana. Si hubiera la persona bien anónima, genial. Si no, me da exactamente igual.

-¡No puede ser! ¡En veinte minutos empiezan las clases y yo sin prepararme!- dije chillando.

Mientras me vestía sonó el timbre, estaba segura de qué era Álex. Por mi cuarto subió un olor a colonia de chico joven. Terminé de ponerme mis zapatillas, y bajé a la cocina corriendo a desayunar rápido para llegar. Ahí estaba Álex, sonriendo, como de lo habitual.

-Buenos días, Alicia, tienes una pinta de haberte despertado hace poco, ja, ja.- dijo Álex mientras se reía.

-Qué gracioso estás por las mañanas, ¿no?- dije mientras cogía una tostada y la untaba en la leche.- Buenos días a ti también, Álex.

-Buenos días a todos. María y yo nos vamos al… ¡Uy! Buenos días, Álex.- dijo Enrique. Seguía con la misma cara de enfadado que hacía media hora.

Ahí estaba María. Se había maquillado, pero sin maquillar era igual de preciosa. Yo sabía que le hizo ilusión verle a Álex, se le veía en los ojos. Ella estaba triste, hacía siete años que no pisaba ningún hospital.

-Buenos días, Álex… Qué guapo estás con esa sudadera.- dijo María sonriendo mientras agachaba la cabeza de lo avergonzada que estaba.

-Buenos días, María. Tú también estas muy guapa hoy, ¿vas a ir así al instituto?

-No, me voy al…

-Bueno chicos, nos vamos María y yo.- le interrumpió Enrique a su hija. Por lo que parecía no quería que nadie más supiera lo de su hija. Me parecía bien, pero Álex era más o menos de la familia, tampoco iba a pasar nada.

-Buenos, pues ya nos veremos.- le respondió Álex a Enrique.

-Adiós, y despierta a tu padre Alicia.

Y con esas últimas palabras se fueron Enrique y María por la puerta dirección al hospital. Solo quedábamos Álex y yo en casa (y mi padre, pero no le desperté, no tenía que trabajar y sabía que no había dormido por lo de anoche).

-Bueno Álex, vámonos que no llegamos.- dije mientras salía por la puerta. Cerré con llave, nos montamos en la bicicleta y nos fuimos al instituto.

En el camino Álex empezó con conversación. Una conversación qué me sentó algo mal. Bueno, mal no es la palabra. La palabra es: confusa.

-Alicia… Hoy al ir a tu casa me encontrado un papel en el suelo. No lo he cogido ni nada, pero intuía que lo escribiste tú. Ayer vi un trabajo tuyo en clase y vi que esa era tu letra, ¿me equivoco?- empezó a decirme.

-Te equivocas.- mentí.- Yo no voy tirando papeles por ahí… Y menos escritos. Qué tonterías dices, Álex.

-Pues yo he visto una carta, sería de María. Por cierto, ¿A dónde va a estas horas?- dijo él.

-Tienen qué hacer recados.- volví a mentir.- Creo qué van a ver a la madre de María…

Madre mía, ¡qué tonterías decía! ¿Cómo iban a ver a su madre si está en la cárcel?

Ya estábamos llegando al instituto, cuando de repente le paran a él unas chicas. Las típicas chicas ñoñas.

-¡Álex, Álex! ¿Te pones con nosotras hoy en el comedor?

A ellas yo ya las conocía, más bien porque una de ellas era la repelente de mi ex mejor amiga.

-Hola, chicas. Ehm… Me pondré con Alicia, así  que otro día, ¿vale?- respondió él mientras me miraba. Era gracioso, mientras me miraba él, me miraban las otras con cara de matarme. Sobre todo mi ex mejor amiga, Paula.

-Álex… ven un momento, te estás equivocando.- empezó a decirle Paula a Álex mientras lo alejaba de mí. Estuvieron unos diez minutos hablando y las clases ya habían empezado, así que me fui. Lo sentía por Álex, por dejarle solo con esa bruja, pero no quería llegar tarde al instituto, volvía a llegar tarde y me castigaban a venir una hora antes de empezar las clases.




Ahí estaba el peor profesor de todos: el de lengua. Ese profesor me suspendía la asignatura cuando los exámenes los tenía aprobados. Me tenía manía, cosa que no sé porque. Pensaba que lo peor del mundo eran las clases en las que me quedaba sola con él para que él me echara la bronca por chillarle, pero en realidad lo peor eran esas broncas con él y con la profesora de matemáticas. Nunca había tenido peor profesora de matemáticas qué ella. Qué asquerosa era. Siempre me echaba a la calle por decirle que no entendía lo que decía. ¡Sí  nadie entendía lo que decía! Pero la que siempre salía perdiendo era yo.

Me senté en mi sitio y empecé a sacar los libros de mi mochila, pero entre los libros, no estaba el de lengua. Me preparaba ya para una bronca de Mr. Cecilio. Él estaba dando vueltas por la clase apuntando quien no estaba y quien había llegado tarde. Se acercó a mi sitio y me dijo:

-Buenos días, señorita Alicia, ¿sus libros?

-Hola. Los estoy buscando.- respondí agachando la cabeza y moviendo libros para disimular que estaba buscando el libro de lengua.

-Muy bien. Por favor, salga fuera de clase y diríjase a la sala de los profesores. Como bien sabe, en mis aulas quien no tiene libro, no está en el aula.

Le estaba mirando con una cara de asco qué ni yo podía creerme. Ese señor es un amargado qué ni tiene vida social, ni tiene esposa, ni nada. Normal, nadie aguantaría a ese dinosaurio en su sano juicio. No me iba a quedar de manos cruzadas y darle el gusto de estar sin mí. Así que me levanté y le dije:

-Mira, Cecilio… Si me voy, es porque quiero, no por darte el gusto. Así que, con todo mi amor, ¡qué le den!

Me miró con cara de amargado, (más de lo normal) y me escribió un papel qué ponía:

   Buenas tardes padre de Alicia:
  Mediante esta carta quiero informale que Alicia deberá venir los lunes,         martes y jueves a las aulas de poyo de mediodía y tiene obligación de ir.        Tendrá que venir todos los días por la mañana una hora antes, ya que su      presencia en el aula ha sido inadecuada y ha llegado tarde a las clases.

No podía más. Ese señor iba a acabar conmigo, pero no le iba a dar el gusto de eso. Cogí la carta y la rompí en su cara. Sé que iba a hacer otra y se la iría a entregar personalmente a mi padre, pero me daba igual. Empecé mal la mañana con lo de María, seguí viendo a Paula y para rematar la mañana, vino el gilipollas del profesor de lengua a tocarme las narices. Definitivamente: pintaba un buen día.

Salí  de la clase  y di un portazo. Me dirigí a la sala de  profesores y por el camino me encontré con Álex. Seguía con Paula, cosa que por parte de ella no me sorprendía, pero por parte de él sí. Se estaban sonriendo el uno al otro y me daban ganas de escupirle en la cara a Paula. Pasaron al lado mío y ninguno me dijo ni un simple hola. De ella me lo esperaba, pero, ¿de él? Me di la vuelta y les vi entrando en el aula. Sabía que les iba a echar por llegar tarde, pero les dejó entrar. Me puse muy nerviosa y tuve que dar un puñetazo a algo, hasta que apareció la profesora de matemáticas, Bea. Su cuerpo era como una pera. Sí, la cabeza pequeña y un culo enorme qué no entraba por las puertas.

-Señorita Alicia, ¿se puede saber qué está haciendo? ¿Es que no sirvió de nada la llamada a tu padre el pasado viernes? No te preocupes, yo le llamo cuando sea necesario.- me dijo mientras se reía. Esa señora tenía un problema bien grande con mi padre. No hacía más que llamarlo y llamarlo. Llegue a la conclusión de que le gustaba mi padre y de excusa se inventaba cosas para hablar con él.
 
-Bea, estoy castigada y tengo que ir a la sala de profesores. Deja de preocuparte tanto por mí, aprende a vivir sin mis preocupaciones.

-¡Ah! ¿Que estás castigada? Genial, pues ven conmigo qué así me ayudas con unas cartas.

-¿Perdona? No te voy a ayudar con unas cartas, simplemente porque a ti no te voy a ayudar en nada. Tengo que ir a la sala de profesores, y si no me dejas en paz, entonces la que llamará a mi padre, seré yo.

Ese instituto estaba lleno de monstruos y dinosaurios. Parecía qué estábamos en la edad del Paleolítico, en serio.

Estaba en la sala de los profesores y me senté en un sofá de los qué hay. Los sofás estaban rellenos de clavos y madera. Era asqueroso sentarse ahí, pero no había otro sitio.

Después de media hora, ahí sentada, a un dinosaurio se le ocurrió acercarse a mí. ¡Qué fea era esa profesora! Bajita, con un pelo extraño y olía a una mezcla entre tabaco y fresa podrida.

-Jovencita, ¿qué hace usted aquí?- me preguntó. Su aliento olía a sardinas podridas con un toque de fruta con moho.

-Castigada, el profesor Cecilio me ha enviado aquí.- contesté mirándole discretamente las verrugas tan grandes qué tenía en la cara.

Y se fue. Yo estaba alucinando. ¿Para qué me preguntan algo si luego se van mientras les hablo? Estúpidos dinosaurios. Si alguien quisiera ver dinosaurios, no hacía falta ir a un museo, en mi instituto hay de todo tipo de clases.

Decidí tumbarme en otro sofá relleno de madera y clavos. Cerré los ojos y de repente, otra vez esa voz tan asquerosa con ese olor a tabaco más fresa podrida. Otra vez ese dinosaurio.

-Señorita, levántese. No está en su casa.

-Muy bien.- le respondí. Y me volví a tumbar cuando la vi marcharse de la sala.

Volví a oír una voz, esta vez me sonaba mucho. Abrí los ojos y ahí estaba él. Tuve qué disimular, si me veía ahí me iba a echar la bronca y no estaba preparada. Pero, ¿para qué había venido hasta aquí?

-Hola, buenas, quería hablar con la directora. ¿Está libre?-dijo él.

-Buenos días, señor. Al fondo a la derecha, por favor.- le respondió una profesora.

Agaché la cabeza para qué no me reconociera. Desgraciadamente, no funciono.

-¿Alicia? ¿Se puede saber qué haces aquí? Bueno… No me lo puedo creer. Te han castigado, ¿verdad?- me dijo él.

-Sí… Ah por cierto, hola María. ¿Qué os ha dicho el medico?- respondí.

-María no puede asistir a un instituto, así que venimos a anular la matrícula. Tiene que reposar, pero más que nada, pasará un mes entero en el hospital haciéndose pruebas. La he traído para despedirse de sus compañeros, ¿La acompañas?- me dijo Enrique. Esta vez, en vez de tener cara de enfadado, tenía cara de depresión.

-No sé si podré, como ya te dicho estoy castigada, pero me da igual, yo me encargaré de que todo el mundo se despida de ella, no te preocupes, Enrique.- le dije. Me acerqué donde él y le dije al oído- Se te nota cara de deprimido, alégrate un poco, anda.

Sin responderme ni nada, entró en la sala de la directora.

-María, ¿Qué tal te encuentras pequeña?- le dije mientras le cogía de la mano.

-Supongo qué bien… No quería que pasara esto, Alicia. Un mes entero en el hospital… Con todo cosas alrededor mío. Otra vez esa terrible sensación y esa terrible comida…- ella empezó a llorar.

No podía verla así. Igual hubiera sido mejor mantenerlo en secreto… Durante estos siete años, no había vuelto a hacer a nadie daño. ¡Qué bocazas fui!  Pero pensándolo por otro lado, tarde o temprano, ella iba a estar en el hospital, y preferí que estuviera con 15 que con 30.

Entramos a nuestra clase, y seguía el profesor bastardo, Cecilio, aun que faltaban dos minutos para el cambio de clase. Me empezó a chillar como loco para que me fuera y a María por venir tarde, pero no le dejé que le chillara a ella. Así que le chille aún más fuerte que él a mí. Y de repente intervino María y dijo chillando mientras lloraba:

-¡Que me voy del instituto porque tengo que estar en el hospital!


El dinosaurio de Cecilio se calló. Él y toda la clase. Yo me puse las manos en la cara. Pero al fondo había una persona aún más asombrada, le miré a los ojos y vi lo que yo pensaba. Era esa persona la de la carta. Y ambos no nos quitamos la mirada de encima, hasta que hizo un gesto como si me hubiera leído la mente diciéndome que sí, esa era la persona, la persona de las cartas anónimas.  

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