Capítulo 6
-¡Vamos María, sube al coche!- le chilló Enrique a su hija.
-¡NO! Yo sé qué estoy bien, no tengo que irme a ningún lugar, ¡déjame en
paz!
-María, no puedes seguir así, tenemos que hacer algo, sube al coche, no
va a pasar nada. Confía en mí.- le respondí yo.
-Me vais a llevar al hospital, lo sé… ¿Por qué no confiáis vosotros en
mí y me dejáis aquí en casa sola?
Confiábamos en ella, en todo momento… pero hasta ella sabía que estaba
mal. Solo queríamos ir para ver como podíamos arreglar todo.
-Cariño… sube al coche por favor.- le dijo mi padre a María. María se lo
negó.
-María… venga.- respondió Enrique.
-Mañana, por favor… esperar a mañana. – dijo María.
Todos agachamos la cabeza, y la hicimos caso.
-Mañana va a ser un día muy duro, tanto para ti, como para nosotros
María.- le dijo mi padre dándole un beso en la mejilla.
-Lo sé, no es la primera vez que piso un hospital…
Nos subimos a nuestro cuarto, e intentamos dormir todos.
Martes, 22 de enero
de 2013
Menuda noche fue… Peor no pudo ser. No me quitaba de la cabeza nada: ni
lo de María, ni lo del papel que me tiraron anoche por la ventana del cuarto.
Me dirigí hasta el cuarto de María y ahí estaba. Dormida. Desde luego no
tenía pinta de ir al instituto. Me agaché hasta su cabeza, y le puse el pelo
detrás de la oreja y le dije:
-Buenos días, leona. ¿Qué tal estás?
-Buenos días, Alicia. No he dormido en toda la noche. Me he preocupado
mucho por vosotros. Os he hecho sufrir. Lo siento, en serio.
-Solamente nos tenías que haber dicho que seguías viendo a Elisabeth.
Queremos ayudarte, pero no te das cuenta.- le respondí.
-Sí que me doy cuenta. Pero a Elisabeth la veo desde siempre, y lo
seguiré haciendo. No hay nada que me lo impida. Créeme.- me dijo mientras ella
lloraba.
Por el fondo se oían unos pasos, era Enrique. Tenía una cara de no haber
dormido nada, pero yo no quise comentar nada. Se acercó a ella y le dijo:
-Buenos días, María, ¿qué tal estás?
-Buenos días, papá. Me ducho y nos vamos…
-¿Ir a dónde?- pregunte.
-Al hospital. He cogido cita, si no tendríamos que estar esperando todo
el día.- me contesto Enrique.
Si el lunes terminó mal, el martes ha empezado peor de lo que termino el
lunes. María llorando, Enrique enfadado con el mundo (cosa qué aún sigo sin
saber por qué, nadie le había hecho nada), yo con ojeras y dolor de cabeza por
no dormir y mi padre… Aún no se había despertado.
María cogió sus cosas y se dirigió a la ducha. Enrique salió de la
habitación en dirección de la suya para cambiarse e ir al hospital. Me dirigí
yo también a mi cuarto a ventilarlo cuando de repente… ¡Otra carta! La cogí y
la abrí. Ponía:
Buenos días, ¿a qué
has dormido pensando en mí? No te preocupes, sólo quiero una cosa, y si no me
la das, pues me llevo a tu amiga María, es sencillo de entender, ¿no?
-Mmmm… esta persona es gilipollas. Por favor, que no estamos en un
juego. Tengo pruebas. Si desaparece María sé quién se la ha llevado: una
persona de mi clase. Y tiene huellas… Si es que, como se nota que ser
gilipollas es gratis.- pensé.
Decidí responder la carta. Quería seguirle ese estúpido juego. Empecé:
Me gustaría saber
quién eres, solamente para reírme en tu cara. Antes de hacer estas cosas, yo
pensaría bien lo que sucederá si yo llevara estos papeles a comisaría. No sé
eh, pero me parece de subnormales que hagas esto, chaval/chavala. Ala, un beso J
La doblé y la tiré por la ventana. Si hubiera la persona bien anónima,
genial. Si no, me da exactamente igual.
-¡No puede ser! ¡En
veinte minutos empiezan las clases y yo sin prepararme!- dije chillando.
Mientras me vestía
sonó el timbre, estaba segura de qué era Álex. Por mi cuarto subió un olor a
colonia de chico joven. Terminé de ponerme mis zapatillas, y bajé a la cocina
corriendo a desayunar rápido para llegar. Ahí estaba Álex, sonriendo, como de
lo habitual.
-Buenos
días, Alicia, tienes una pinta de haberte despertado hace poco, ja, ja.- dijo
Álex mientras se reía.
-Qué
gracioso estás por las mañanas, ¿no?- dije mientras cogía una tostada y la
untaba en la leche.- Buenos días a ti también, Álex.
-Buenos
días a todos. María y yo nos vamos al… ¡Uy! Buenos días, Álex.- dijo Enrique.
Seguía con la misma cara de enfadado que hacía media hora.
Ahí
estaba María. Se había maquillado, pero sin maquillar era igual de preciosa. Yo
sabía que le hizo ilusión verle a Álex, se le veía en los ojos. Ella estaba
triste, hacía siete años que no pisaba ningún hospital.
-Buenos
días, Álex… Qué guapo estás con esa sudadera.- dijo María sonriendo mientras
agachaba la cabeza de lo avergonzada que estaba.
-Buenos
días, María. Tú también estas muy guapa hoy, ¿vas a ir así al instituto?
-No,
me voy al…
-Bueno
chicos, nos vamos María y yo.- le interrumpió Enrique a su hija. Por lo que
parecía no quería que nadie más supiera lo de su hija. Me parecía bien, pero
Álex era más o menos de la familia, tampoco iba a pasar nada.
-Buenos,
pues ya nos veremos.- le respondió Álex a Enrique.
-Adiós,
y despierta a tu padre Alicia.
Y
con esas últimas palabras se fueron Enrique y María por la puerta dirección al
hospital. Solo quedábamos Álex y yo en casa (y mi padre, pero no le desperté,
no tenía que trabajar y sabía que no había dormido por lo de anoche).
-Bueno
Álex, vámonos que no llegamos.- dije mientras salía por la puerta. Cerré con
llave, nos montamos en la bicicleta y nos fuimos al instituto.
En
el camino Álex empezó con conversación. Una conversación qué me sentó algo mal.
Bueno, mal no es la palabra. La palabra es: confusa.
-Alicia…
Hoy al ir a tu casa me encontrado un papel en el suelo. No lo he cogido ni
nada, pero intuía que lo escribiste tú. Ayer vi un trabajo tuyo en clase y vi
que esa era tu letra, ¿me equivoco?- empezó a decirme.
-Te
equivocas.- mentí.- Yo no voy tirando papeles por ahí… Y menos escritos. Qué
tonterías dices, Álex.
-Pues
yo he visto una carta, sería de María. Por cierto, ¿A dónde va a estas horas?-
dijo él.
-Tienen
qué hacer recados.- volví a mentir.- Creo qué van a ver a la madre de María…
Madre
mía, ¡qué tonterías decía! ¿Cómo iban a ver a su madre si está en la cárcel?
Ya
estábamos llegando al instituto, cuando de repente le paran a él unas chicas.
Las típicas chicas ñoñas.
-¡Álex,
Álex! ¿Te pones con nosotras hoy en el comedor?
A
ellas yo ya las conocía, más bien porque una de ellas era la repelente de mi ex
mejor amiga.
-Hola,
chicas. Ehm… Me pondré con Alicia, así
que otro día, ¿vale?- respondió él mientras me miraba. Era gracioso,
mientras me miraba él, me miraban las otras con cara de matarme. Sobre todo mi
ex mejor amiga, Paula.
-Álex…
ven un momento, te estás equivocando.- empezó a decirle Paula a Álex mientras
lo alejaba de mí. Estuvieron unos diez minutos hablando y las clases ya habían
empezado, así que me fui. Lo sentía por Álex, por dejarle solo con esa bruja,
pero no quería llegar tarde al instituto, volvía a llegar tarde y me castigaban
a venir una hora antes de empezar las clases.
Ahí
estaba el peor profesor de todos: el de lengua. Ese profesor me suspendía la
asignatura cuando los exámenes los tenía aprobados. Me tenía manía, cosa que no
sé porque. Pensaba que lo peor del mundo eran las clases en las que me quedaba
sola con él para que él me echara la bronca por chillarle, pero en realidad lo
peor eran esas broncas con él y con la profesora de matemáticas. Nunca había
tenido peor profesora de matemáticas qué ella. Qué asquerosa era. Siempre me
echaba a la calle por decirle que no entendía lo que decía. ¡Sí nadie entendía lo que decía! Pero la que
siempre salía perdiendo era yo.
Me
senté en mi sitio y empecé a sacar los libros de mi mochila, pero entre los
libros, no estaba el de lengua. Me preparaba ya para una bronca de Mr. Cecilio.
Él estaba dando vueltas por la clase apuntando quien no estaba y quien había
llegado tarde. Se acercó a mi sitio y me dijo:
-Buenos
días, señorita Alicia, ¿sus libros?
-Hola.
Los estoy buscando.- respondí agachando la cabeza y moviendo libros para
disimular que estaba buscando el libro de lengua.
-Muy
bien. Por favor, salga fuera de clase y diríjase a la sala de los profesores.
Como bien sabe, en mis aulas quien no tiene libro, no está en el aula.
Le
estaba mirando con una cara de asco qué ni yo podía creerme. Ese señor es un
amargado qué ni tiene vida social, ni tiene esposa, ni nada. Normal, nadie
aguantaría a ese dinosaurio en su sano juicio. No me iba a quedar de manos
cruzadas y darle el gusto de estar sin mí. Así que me levanté y le dije:
-Mira,
Cecilio… Si me voy, es porque quiero, no por darte el gusto. Así que, con todo
mi amor, ¡qué le den!
Me
miró con cara de amargado, (más de lo normal) y me escribió un papel qué ponía:
Buenas tardes padre de Alicia:
Mediante esta carta quiero
informale que Alicia deberá venir los lunes, martes y jueves a las aulas de
poyo de mediodía y tiene obligación de ir. Tendrá que venir todos los días por
la mañana una hora antes, ya que su presencia en el aula ha sido inadecuada y
ha llegado tarde a las clases.
No
podía más. Ese señor iba a acabar conmigo, pero no le iba a dar el gusto de
eso. Cogí la carta y la rompí en su cara. Sé que iba a hacer otra y se la iría
a entregar personalmente a mi padre, pero me daba igual. Empecé mal la mañana
con lo de María, seguí viendo a Paula y para rematar la mañana, vino el
gilipollas del profesor de lengua a tocarme las narices. Definitivamente:
pintaba un buen día.
Salí de la clase
y di un portazo. Me dirigí a la sala de
profesores y por el camino me encontré con Álex. Seguía con Paula, cosa que por parte de ella
no me sorprendía, pero por parte de él sí. Se estaban sonriendo el uno al otro
y me daban ganas de escupirle en la cara a Paula. Pasaron al lado mío y ninguno
me dijo ni un simple hola. De ella me lo esperaba, pero, ¿de él? Me di la
vuelta y les vi entrando en el aula. Sabía que les iba a echar por llegar
tarde, pero les dejó entrar. Me puse muy nerviosa y tuve que dar un puñetazo a
algo, hasta que apareció la profesora de matemáticas, Bea. Su cuerpo era como una pera. Sí, la cabeza
pequeña y un culo enorme qué no entraba por las puertas.
-Señorita
Alicia, ¿se puede saber qué está haciendo? ¿Es que no sirvió de nada la llamada
a tu padre el pasado viernes? No te preocupes, yo le llamo cuando sea
necesario.- me dijo mientras se reía. Esa señora tenía un problema bien grande
con mi padre. No hacía más que llamarlo y llamarlo. Llegue a la conclusión de
que le gustaba mi padre y de excusa se inventaba cosas para hablar con él.
-Bea,
estoy castigada y tengo que ir a la sala de profesores. Deja de preocuparte
tanto por mí, aprende a vivir sin mis preocupaciones.
-¡Ah!
¿Que estás castigada? Genial, pues ven conmigo qué así me ayudas con unas
cartas.
-¿Perdona?
No te voy a ayudar con unas cartas, simplemente porque a ti no te voy a ayudar
en nada. Tengo que ir a la sala de profesores, y si no me dejas en paz,
entonces la que llamará a mi padre, seré yo.
Ese
instituto estaba lleno de monstruos y dinosaurios. Parecía qué estábamos en la
edad del Paleolítico, en serio.
Estaba
en la sala de los profesores y me senté en un sofá de los qué hay. Los sofás
estaban rellenos de clavos y madera. Era asqueroso sentarse ahí, pero no había
otro sitio.
Después
de media hora, ahí sentada, a un dinosaurio se le ocurrió acercarse a mí. ¡Qué
fea era esa profesora! Bajita, con un pelo extraño y olía a una mezcla entre
tabaco y fresa podrida.
-Jovencita,
¿qué hace usted aquí?- me preguntó. Su aliento olía a sardinas podridas con un
toque de fruta con moho.
-Castigada,
el profesor Cecilio me ha enviado aquí.- contesté mirándole discretamente las
verrugas tan grandes qué tenía en la cara.
Y
se fue. Yo estaba alucinando. ¿Para qué me preguntan algo si luego se van
mientras les hablo? Estúpidos dinosaurios. Si alguien quisiera ver dinosaurios,
no hacía falta ir a un museo, en mi instituto hay de todo tipo de clases.
Decidí
tumbarme en otro sofá relleno de madera y clavos. Cerré los ojos y de repente,
otra vez esa voz tan asquerosa con ese olor a tabaco más fresa podrida. Otra
vez ese dinosaurio.
-Señorita,
levántese. No está en su casa.
-Muy
bien.- le respondí. Y me volví a tumbar cuando la vi marcharse de la sala.
Volví
a oír una voz, esta vez me sonaba mucho. Abrí los ojos y ahí estaba él. Tuve
qué disimular, si me veía ahí me iba a echar la bronca y no estaba preparada.
Pero, ¿para qué había venido hasta aquí?
-Hola,
buenas, quería hablar con la directora. ¿Está libre?-dijo él.
-Buenos
días, señor. Al fondo a la derecha, por favor.- le respondió una profesora.
Agaché
la cabeza para qué no me reconociera. Desgraciadamente, no funciono.
-¿Alicia?
¿Se puede saber qué haces aquí? Bueno… No me lo puedo creer. Te han castigado,
¿verdad?- me dijo él.
-Sí…
Ah por cierto, hola María. ¿Qué os ha dicho el medico?- respondí.
-María
no puede asistir a un instituto, así que venimos a anular la matrícula. Tiene
que reposar, pero más que nada, pasará un mes entero en el hospital haciéndose
pruebas. La he traído para despedirse de sus compañeros, ¿La acompañas?- me
dijo Enrique. Esta vez, en vez de tener cara de enfadado, tenía cara de
depresión.
-No
sé si podré, como ya te dicho estoy castigada, pero me da igual, yo me
encargaré de que todo el mundo se despida de ella, no te preocupes, Enrique.-
le dije. Me acerqué donde él y le dije al oído- Se te nota cara de deprimido,
alégrate un poco, anda.
Sin
responderme ni nada, entró en la sala de la directora.
-María,
¿Qué tal te encuentras pequeña?- le dije mientras le cogía de la mano.
-Supongo
qué bien… No quería que pasara esto, Alicia. Un mes entero en el hospital… Con
todo cosas alrededor mío. Otra vez esa terrible sensación y esa terrible comida…-
ella empezó a llorar.
No
podía verla así. Igual hubiera sido mejor mantenerlo en secreto… Durante estos
siete años, no había vuelto a hacer a nadie daño. ¡Qué bocazas fui! Pero pensándolo por otro lado, tarde o
temprano, ella iba a estar en el hospital, y preferí que estuviera con 15 que
con 30.
Entramos
a nuestra clase, y seguía el profesor bastardo, Cecilio, aun que faltaban dos
minutos para el cambio de clase. Me empezó a chillar como loco para que me
fuera y a María por venir tarde, pero no le dejé que le chillara a ella. Así
que le chille aún más fuerte que él a mí. Y de repente intervino María y dijo
chillando mientras lloraba:
-¡Que
me voy del instituto porque tengo que estar en el hospital!
El
dinosaurio de Cecilio se calló. Él y toda la clase. Yo me puse las manos en la
cara. Pero al fondo había una persona aún más asombrada, le miré a los ojos y
vi lo que yo pensaba. Era esa persona la de la carta. Y ambos no nos quitamos
la mirada de encima, hasta que hizo un gesto como si me hubiera leído la mente
diciéndome que sí, esa era la persona, la persona de las cartas anónimas.