Capítulo 8
Estábamos
discutiendo y me besó. Pero ni él apartó su boca de mía ni yo de la suya. Todo
fue rarísimo. Nuestros labios no se separaron hasta qué se oyeron unos pasos
rápidos de huida. Nos quedamos mirando a ver quién nos había visto. Pero no vimos
a nadie.
-Me… Me tengo que
ir Josu.- tartamudee.
-Sí, yo también…
Hasta mañana.
Me levanté, cogí
mis cosas y me fui a casa en mi bicicleta. Josu también se levantó y se fue en
dirección contraria que yo.
Camino a casa
estuve pensando en todo lo que sucedió. Yo no quería un beso de ese idiota, es
más, quería darle un guantazo. Pero sigo sin entender porque no me separé de él
mientras nos besábamos. Agité la cabeza para olvidar el tema y empecé a pensar
la historia qué él me contó. Me sonó el móvil. Tenía un sms de Álex. Seguía sin
querer saber nada de él. Yo cuando me enfadaba, me enfadaba de verdad. Así que
guarde mi móvil otra vez en el bolsillo y seguí mi camino hacía casa. Pero me
volvió a sonar. Era otra vez Álex, y por no oír una llamada suya decidí leer
los mensajes.
¿Aún sigues enfadada?
Pues
claro qué lo seguía. Se creía que un mensaje de mierda iba a cambiar mi estado
de ánimo o unas simples horas. Leí el otro:
Cuando quieras pásate por mi casa, es decir, la
de tu abuela.
No tenía ganas de verle y de oír sus
disculpas delante de la abuela, así que me fui a casa directamente a hacer los
deberes. De repente me sonó el móvil otra vez. Esta vez era mi padre. Qué
pesado era cuando quería.
-¿Si?- dije después de descolgar el
teléfono.
-Cariño, ¿puedes hacerme un favor?
-Sí, dime papá.
-Te tienes que quedar en casa de abuela a
dormir hoy. Enrique y yo nos vamos al hospital a ver a María. Lo siento, no
quiero dejarte sola en casa. Encima Enrique te iba a dejar hechos uno de sus
pollos asados, ja, ja, ja. Para comer ahora te dejado unos macarrones.
Ese comentario no me hizo ninguna gracia
ya que la propuesta de quedarme en casa de la abuela a dormir no me gustaba ni
un pelo.
-Hija, ¿sigues ahí?
-Sí.- respondí con seriedad.
-Bueno, pues pásate ahora por casa a por
la ropa de mañana. Por cierto, ¿dónde estás?
-Yendo a casa. Papá te recuerdo que no
tengo diez años y qué sé cuidarme una noche sola. No va a venir el coco a
comerme ni nada por el estilo.
-Lo sé cariño, pero prefiero que estés con
la abuela. Bueno, nos vamos, te dejamos las llaves detrás del tiesto de la
entrada. Te quiero cariño.
Y colgó sin dejarme decir nada. Mi día
había empezado mal y definitivamente iba a terminarlo peor.
Fui a casa, cogí todo y me fui a casa de
la abuela. Estuve tocando el timbre unas veinte veces, pero nadie respondía. Me
harté, cogí mi mochila y me fui. Pero justo al levantarme del suelo para
marcharme, una mano suave rozó la mía.
-Pensé que me habías ignorado por
completo.- me dijo Álex mirándome a los ojos.
-No he venido por ti, he venido por mi
padre.- le dije mientras entraba a su casa sin su permiso. Me siguió mientras
yo me perdía por esa casa. Nunca había entrado y no sabía a donde iba, pero
total de no oír una palabra más suya hice lo que pude para encontrar el salón y
encender la tele.
-¿A dónde vas, Alicia?- me dijo mientras
se reía.
-Estoy buscando el salón. Esta casa es
enorme, por cierto, ¿dónde voy a dormir?- pregunté mientras miraba alrededor
mío buscando el salón.
-En mi cuarto. Ven, sube por aquí.- me
dijo mientras señalaba las escaleras.
-Estarás de coña, ¿no?- dije frunciendo el
ceño.
-No. Esta casa será grande, pero solo
tienen una sala de invitados. Y esa misma sala es mi cuarto, ¿vienes?
Llegamos a su cuarto, pero no me dejó
entrar. Me dijo que esperase un momento que tenía que recoger unas cosas. En un
momento llegué a pensar si no se acordaba de qué yo vivía con dos hombres. Dos
desastres de hombres.
-Adelante.- me dijo mientras me abría la
puerta.
-¿Álex? ¿Qué es esto?- dije mientras mis
ojos veían unas luces de colores maravillosas colgadas de cada esquina del
cuarto, con comida china y un cartel que ponía “Perdón enana”.
-Calla y vamos a hablar.- me respondió
mientras me cogía de la cintura para llevarme a la cama para hablar más
cómodos. O al menos, eso esperaba. Sinceramente no sé de qué quería hablar,
pero tenía un hambre impresionante, así que decidí seguir sus pautas.
-¿De qué quieres hablar pues?- empecé
diciendo.
-Primero, quiero pedirte perdón por
dejarte sola esta mañana y por no hacerte caso cuando pasaste por al lado mío.
Sé que te molestó verme con Paula, aunque tú digas que no.- empezó diciéndome.
-Álex.- le dije mientras le cortaba la
frase.- A mí me da igual que estés con Paula, pero todos los amigos que he
tenido, nada más conocerla se solían ir con ella y se olvidaban de mí. No tengo
derecho a cabrearme, lo sé, pero no quiero que me de…
-Jamás te dejaré sola, Alicia.- dijo
mientras me cortaba la frase.- En poco tiempo has hecho que suelte un yo, que
ni yo conocía. He podido desahogarme contigo, cosa que no había hecho con
nadie. Te conozco de hace dos días, y créeme, han sido los más felices de mi
vida.
Pero, ¿qué se suponía que tenía que
responder a eso? Estaba alucinando. Álex tenía unos ojos de querer comerme la
boca entera, pero yo no le dejé hacerlo, así que antes de que inclinara su
cabeza, giré la mía mirando a los rollitos de primavera.
-Tiene una pinta deliciosa esta comida,
Álex.
Le vi la cara de triste cuando le volví a
mirar. No le gustó que me apartara de él de esa manera, pero no quería más
besos sorpresa.
-La he hecho yo nada más venir del
instituto.- me dijo agachando la cabeza.
-Pues ala, ¡vamos a comer qué me rugen las
tripas!- dije mientras le cogía de la mano para llevarle a la mesa.
Estuvimos comiendo muy a gusto, le
expliqué los problemas con mis profesores y él me estuvo dando su opinión.
Hasta qué en un momento me miró a los ojos, me cogió de las manos y me dijo:
-Alicia, ¿qué has hecho hoy después del
instituto?
-Ehm… ¿Pues?- le respondí. No sabía qué
decir. ¿Cómo le iba a decir qué estaba con el mismo chaval qué me enviaba
cartas anónimas? Si hasta Álex leyó esta mañana una carta de Josu y tuve que
mentirle. No sabía qué hacer. Asique me guié por mi imaginación.
-Después de la salida te estuve buscando
por todo el instituto hasta que te vi con un chico. No quería cortar el rollo
ni nada, así me quede esperando hasta qué terminaras de hablar con él. Llevaba
cuarenta y cinco minutos esperando, hasta que me levanté y te vi besándote con
él. Entonces decidí irme.
Agaché la cabeza. No sabía qué decir. Era
la hora de decirle la verdad…
-Me besó él y aún no sé porque.-le dije
mientras le veía con cara de no creerse nada.- Álex… Ese chico es el de las
cartas, el tío de la carta que leíste esta mañana. Te mentí, quería mantenerlo
en secreto, pero todo es un caos y…
-Alicia, ¿pensabas qué se lo iba a contar
a alguien?- me dijo con un tono asustador.
-No, sé que no. Pero no podía contárselo a
nadie. Ni yo sabía qué sucedía. Lo siento por mentirte.
En ese momento, me cogió de la barbilla
con su dedo índice, y juntó su nariz con la mía. Y en un tono muy bajo me
empezó a decir:
-No te preocupes, te entiendo
perfectamente.
Y entonces empezó poco a poco a juntar sus
labios en mis labios cuando de repente sonó el teléfono inalámbrico. Tuvo que
levantarse y buscar el teléfono. El puto teléfono estropeo el momento tan
romántico qué estábamos teniendo Álex y yo.
-Ponte Alicia, es Carmen.- me dijo Álex
con cara de preocupado.
-Hola abuela, ¿qué tal éstas?
-Genial cariño. Estoy cogiendo unos
billetes para irnos tú y yo a New York a pasar unos días, ¿te parece?
-¡Me parece genial, abuela! Pero hay un
problema… Papá.- le respondí a mi abuela.
La sonrisa de Álex no era como la de
siempre. Se le notaba raro… Y como decía mi padre, el mejor remedio para los
problemas, es un abrazo. Así que le abracé mientras hablaba con mi abuela. Álex
es demasiado alto, con lo cual el abrazo qué yo le di, se lo di por su cintura.
Mi abuela y yo terminamos de hablar. Le
empecé a notar un poco raro a Álex.
-Álex, ¿qué te pasa?- le dije mientras le
acariciaba la cara.
-Pues… Qué si te vas con Carmen a New
York, significa qué mi abuelo y Carmen no están bien y se van a separar.
-¿Tanto cariño le tienes a mi abuela?
Increíble.- le respondí abriendo los ojos de par en par.
-El cariño te lo tengo a ti.
Me quede boquiabierta. Hacía años y años
qué alguien no me decía algo parecido. Tenía ganas de acercarme a él y besarle,
pero éramos amigos, quería que fuera mi mejor amigo, mi hermano y no mi novio.
-Creo que voy a ver un rato a María, hace
bastante qué no sé de ella.- dije para cortar el silencio.
-Muy bien, yo me quedaré en casa. Hasta la
noche.
-¿La abuela vendrá?- pregunté.
-Mi abuelo me ha dicho que se iban a ver
una película al cine, así que vendrán tarde, no te preocupes por la hora.- me
dijo mientras me sonreía.
Cogí mi chamarra, bajé las escaleras y me
fui a mi casa a por un peluche para llevárselo a María al hospital.
No sabía dónde había guardado mi padre los
peluches de cuando éramos pequeñas, así que estuve buscando en media hora por
todos los sitios de la casa peluches. De todos los que encontré, ninguno me
gustó. Así que empecé buscando por estanterías, cajones y baúles. Tuve que
subir al desván a encontrar más cajas y más baúles. Qué asco, estaba todo lleno
de polvo en el desván. No tuve más remedio que ir mirando poco a poco cada
cajón. En un momento me entró polvo en los ojos y se me empezaron a poner
rojos. Lo dejé pasar y seguí buscando.
Después de quince minutos más buscando
entre baúles y cajas viejas, encontré el peluche perfecto. Estaba encima de una
estantería así que tuve que coger la escalera para cogerlo. Pero no estaba la
escalera, así que la única manera que tenía de coger el peluche era saltando
poco a poco hasta llegar al peluche. Pero no resultó. Así que me subí en una
balda y empecé a escalar hasta llegar a donde el peluche. Se empezó a mover la
mierda de estantería por mi peso, yo rezaba por que no se cayera, pero de nada
sirvió rezar, la estantería se cayó encima de mí. La parte buena de la caída de
la estantería, fue que pude coger el peluche, aunque estaba atrapada entre
madera y peluches. En el mismo sitio qué se cayó el peluche, había un papel.
Bastante viejo y tenía demasiado polvo. Decidí cogerlo y empezar a leerlo.
Decía esto:
Hola, a quien lo lea.
Mediante esta carta quiero decir que… Me he
muerto. Puede que por accidente, o puede que yo lo haya hecho. Sé que suena
raro, no sabía cómo empezar esto. Todo es improvisado. No sé quién leerá esto,
solo quiero decirte que la vida no me da para más. Exactamente no sé cuánto
duraré viva, los médicos me han dicho que unos días. No sabes de qué te hablo,
¿verdad? Bueno, no soy capaz de decirte esto a la cara y por eso escribo esto.
Puede que te siente mal, pero piénsalo, o te lo decía o me iba con ello a la
tumba. A ti, cariño, qué me diste gran amor en esta vida, gracias. Gracias por
estar a mi lado pase lo que pase. Y a ti, mi bicho, ya que cuando seas mayor no
estaré para ayudarte, recuerda que soñar es gratis, lo que cuesta es hacerlo
realidad... Pero vale la pena intentarlo. Pero sobre todo, vive la vida,
disfruta el momento y que no te importe lo que diga el resto. Eres lo mejor, y
eso nadie puede negarlo.
Bueno, empezaré contando lo que de verdad me
está pasando y por qué me pasa esto.
Cuando yo era joven, con unos diecisiete años
aproximadamente en unas clases de gimnasia, al saltar el potro me dio un dolor
en la costilla. Me caí al suelo del dolor. No podía moverme, así que me
llevaron al hospital rápidamente. Estuve un mes ingresada en el hospital
mientras me hacían pruebas de todo tipo. No encontraron nada y pude volver a mi
vida normal.
Recién cumplidos los veinte, en
la universidad, me volvió a dar ese dolor en la costilla. Lo dejé pasar, hasta
que del dolor me desmayé y me tuvieron que llevar al hospital de nuevo. Esta
vez estuve dos meses ingresada hasta que me encontraron el fallo en mi cuerpo.
Tenía cáncer. Tenía un cáncer en la costilla. Me dijeron que no era grave, que
de momento me quedaban muchos años de vida. Así que salí del hospital y seguí
con mis estudios.
Todo me fue genial, ni un dolor
más. Hice vida normal, me casé (con tu padre, o contigo, Joseba) y tuve una
hija preciosa llamada Alicia.
Un día decidí ir al monte, unas
amigas mías me regalaron un viaje para escalar una montaña y me volvió a dar el
dolor en la costilla. No quería morir de esa manera, asique cogí un papel y un
bolígrafo y empecé a escribir una carta que hoy en día seguirá ahí. Los únicos
que sabían qué yo sufría cáncer eran mis padres. Aunque mi padre murió de
cáncer, por lo que se ve viene de familia la enfermedad.
No sé cuándo me moriré, y puede
que me vaya a la tumba sin que vosotros dos sepáis la verdad de mi muerte, pero
como ya os he dicho, soy incapaz de decirlo y tengo miedo. Espero que no os
enfadéis mucho, sois mi vida y más.
Os quiere
Ana