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domingo, 18 de mayo de 2014

Capítulo VIII




Capítulo 8


Estábamos discutiendo y me besó. Pero ni él apartó su boca de mía ni yo de la suya. Todo fue rarísimo. Nuestros labios no se separaron hasta qué se oyeron unos pasos rápidos de huida. Nos quedamos mirando a ver quién nos había visto. Pero no vimos a nadie. 

-Me… Me tengo que ir Josu.- tartamudee. 

-Sí, yo también… Hasta mañana.

Me levanté, cogí mis cosas y me fui a casa en mi bicicleta. Josu también se levantó y se fue en dirección contraria que yo. 

Camino a casa estuve pensando en todo lo que sucedió. Yo no quería un beso de ese idiota, es más, quería darle un guantazo. Pero sigo sin entender porque no me separé de él mientras nos besábamos. Agité la cabeza para olvidar el tema y empecé a pensar la historia qué él me contó. Me sonó el móvil. Tenía un sms de Álex. Seguía sin querer saber nada de él. Yo cuando me enfadaba, me enfadaba de verdad. Así que guarde mi móvil otra vez en el bolsillo y seguí mi camino hacía casa. Pero me volvió a sonar. Era otra vez Álex, y por no oír una llamada suya decidí leer los mensajes.

       ¿Aún sigues enfadada?

Pues claro qué lo seguía. Se creía que un mensaje de mierda iba a cambiar mi estado de ánimo o unas simples horas. Leí el otro:

       Cuando quieras pásate por mi casa, es decir, la de tu abuela.

No tenía ganas de verle y de oír sus disculpas delante de la abuela, así que me fui a casa directamente a hacer los deberes. De repente me sonó el móvil otra vez. Esta vez era mi padre. Qué pesado era cuando quería. 

-¿Si?- dije después de descolgar el teléfono.

-Cariño, ¿puedes hacerme un favor?

-Sí, dime papá.

-Te tienes que quedar en casa de abuela a dormir hoy. Enrique y yo nos vamos al hospital a ver a María. Lo siento, no quiero dejarte sola en casa. Encima Enrique te iba a dejar hechos uno de sus pollos asados, ja, ja, ja. Para comer ahora te dejado unos macarrones. 

Ese comentario no me hizo ninguna gracia ya que la propuesta de quedarme en casa de la abuela a dormir no me gustaba ni un pelo

-Hija, ¿sigues ahí?
 
-Sí.- respondí con seriedad.

-Bueno, pues pásate ahora por casa a por la ropa de mañana. Por cierto, ¿dónde estás? 

-Yendo a casa. Papá te recuerdo que no tengo diez años y qué sé cuidarme una noche sola. No va a venir el coco a comerme ni nada por el estilo. 

-Lo sé cariño, pero prefiero que estés con la abuela. Bueno, nos vamos, te dejamos las llaves detrás del tiesto de la entrada. Te quiero cariño.

Y colgó sin dejarme decir nada. Mi día había empezado mal y definitivamente iba a terminarlo peor. 

Fui a casa, cogí todo y me fui a casa de la abuela. Estuve tocando el timbre unas veinte veces, pero nadie respondía. Me harté, cogí mi mochila y me fui. Pero justo al levantarme del suelo para marcharme, una mano suave rozó la mía. 

-Pensé que me habías ignorado por completo.- me dijo Álex mirándome a los ojos.

-No he venido por ti, he venido por mi padre.- le dije mientras entraba a su casa sin su permiso. Me siguió mientras yo me perdía por esa casa. Nunca había entrado y no sabía a donde iba, pero total de no oír una palabra más suya hice lo que pude para encontrar el salón y encender la tele. 

-¿A dónde vas, Alicia?- me dijo mientras se reía. 

-Estoy buscando el salón. Esta casa es enorme, por cierto, ¿dónde voy a dormir?- pregunté mientras miraba alrededor mío buscando el salón.

-En mi cuarto. Ven, sube por aquí.- me dijo mientras señalaba las escaleras. 

-Estarás de coña, ¿no?- dije frunciendo el ceño. 

-No. Esta casa será grande, pero solo tienen una sala de invitados. Y esa misma sala es mi cuarto, ¿vienes?

Llegamos a su cuarto, pero no me dejó entrar. Me dijo que esperase un momento que tenía que recoger unas cosas. En un momento llegué a pensar si no se acordaba de qué yo vivía con dos hombres. Dos desastres de hombres. 

-Adelante.- me dijo mientras me abría la puerta. 

-¿Álex? ¿Qué es esto?- dije mientras mis ojos veían unas luces de colores maravillosas colgadas de cada esquina del cuarto, con comida china y un cartel que ponía “Perdón enana”.

-Calla y vamos a hablar.- me respondió mientras me cogía de la cintura para llevarme a la cama para hablar más cómodos. O al menos, eso esperaba. Sinceramente no sé de qué quería hablar, pero tenía un hambre impresionante, así que decidí seguir sus pautas. 

-¿De qué quieres hablar pues?- empecé diciendo. 

-Primero, quiero pedirte perdón por dejarte sola esta mañana y por no hacerte caso cuando pasaste por al lado mío. Sé que te molestó verme con Paula, aunque tú digas que no.- empezó diciéndome.

-Álex.- le dije mientras le cortaba la frase.- A mí me da igual que estés con Paula, pero todos los amigos que he tenido, nada más conocerla se solían ir con ella y se olvidaban de mí. No tengo derecho a cabrearme, lo sé, pero no quiero que me de…

-Jamás te dejaré sola, Alicia.- dijo mientras me cortaba la frase.- En poco tiempo has hecho que suelte un yo, que ni yo conocía. He podido desahogarme contigo, cosa que no había hecho con nadie. Te conozco de hace dos días, y créeme, han sido los más felices de mi vida. 

Pero, ¿qué se suponía que tenía que responder a eso? Estaba alucinando. Álex tenía unos ojos de querer comerme la boca entera, pero yo no le dejé hacerlo, así que antes de que inclinara su cabeza, giré la mía mirando a los rollitos de primavera.

-Tiene una pinta deliciosa esta comida, Álex.

Le vi la cara de triste cuando le volví a mirar. No le gustó que me apartara de él de esa manera, pero no quería más besos sorpresa.

-La he hecho yo nada más venir del instituto.- me dijo agachando la cabeza. 

-Pues ala, ¡vamos a comer qué me rugen las tripas!- dije mientras le cogía de la mano para llevarle a la mesa.

Estuvimos comiendo muy a gusto, le expliqué los problemas con mis profesores y él me estuvo dando su opinión. Hasta qué en un momento me miró a los ojos, me cogió de las manos y me dijo:

-Alicia, ¿qué has hecho hoy después del instituto?

-Ehm… ¿Pues?- le respondí. No sabía qué decir. ¿Cómo le iba a decir qué estaba con el mismo chaval qué me enviaba cartas anónimas? Si hasta Álex leyó esta mañana una carta de Josu y tuve que mentirle. No sabía qué hacer. Asique me guié por mi imaginación. 

-Después de la salida te estuve buscando por todo el instituto hasta que te vi con un chico. No quería cortar el rollo ni nada, así me quede esperando hasta qué terminaras de hablar con él. Llevaba cuarenta y cinco minutos esperando, hasta que me levanté y te vi besándote con él. Entonces decidí irme.  

Agaché la cabeza. No sabía qué decir. Era la hora de decirle la verdad…

-Me besó él y aún no sé porque.-le dije mientras le veía con cara de no creerse nada.- Álex… Ese chico es el de las cartas, el tío de la carta que leíste esta mañana. Te mentí, quería mantenerlo en secreto, pero todo es un caos y…

-Alicia, ¿pensabas qué se lo iba a contar a alguien?- me dijo con un tono asustador.

-No, sé que no. Pero no podía contárselo a nadie. Ni yo sabía qué sucedía. Lo siento por mentirte. 

En ese momento, me cogió de la barbilla con su dedo índice, y juntó su nariz con la mía. Y en un tono muy bajo me empezó a decir:

-No te preocupes, te entiendo perfectamente. 

Y entonces empezó poco a poco a juntar sus labios en mis labios cuando de repente sonó el teléfono inalámbrico. Tuvo que levantarse y buscar el teléfono. El puto teléfono estropeo el momento tan romántico qué estábamos teniendo Álex y yo. 

-Ponte Alicia, es Carmen.- me dijo Álex con cara de preocupado.

-Hola abuela, ¿qué tal éstas?

-Genial cariño. Estoy cogiendo unos billetes para irnos tú y yo a New York a pasar unos días, ¿te parece?

-¡Me parece genial, abuela! Pero hay un problema… Papá.- le respondí a mi abuela.

La sonrisa de Álex no era como la de siempre. Se le notaba raro… Y como decía mi padre, el mejor remedio para los problemas, es un abrazo. Así que le abracé mientras hablaba con mi abuela. Álex es demasiado alto, con lo cual el abrazo qué yo le di, se lo di por su cintura. 

Mi abuela y yo terminamos de hablar. Le empecé a notar un poco raro a Álex.

-Álex, ¿qué te pasa?- le dije mientras le acariciaba la cara.

-Pues… Qué si te vas con Carmen a New York, significa qué mi abuelo y Carmen no están bien y se van a separar.

-¿Tanto cariño le tienes a mi abuela? Increíble.- le respondí abriendo los ojos de par en par.

-El cariño te lo tengo a ti. 

Me quede boquiabierta. Hacía años y años qué alguien no me decía algo parecido. Tenía ganas de acercarme a él y besarle, pero éramos amigos, quería que fuera mi mejor amigo, mi hermano y no mi novio. 

-Creo que voy a ver un rato a María, hace bastante qué no sé de ella.- dije para cortar el silencio.

-Muy bien, yo me quedaré en casa. Hasta la noche. 

-¿La abuela vendrá?- pregunté.

-Mi abuelo me ha dicho que se iban a ver una película al cine, así que vendrán tarde, no te preocupes por la hora.- me dijo mientras me sonreía.

Cogí mi chamarra, bajé las escaleras y me fui a mi casa a por un peluche para llevárselo a María al hospital. 

No sabía dónde había guardado mi padre los peluches de cuando éramos pequeñas, así que estuve buscando en media hora por todos los sitios de la casa peluches. De todos los que encontré, ninguno me gustó. Así que empecé buscando por estanterías, cajones y baúles. Tuve que subir al desván a encontrar más cajas y más baúles. Qué asco, estaba todo lleno de polvo en el desván. No tuve más remedio que ir mirando poco a poco cada cajón. En un momento me entró polvo en los ojos y se me empezaron a poner rojos. Lo dejé pasar y seguí buscando. 

Después de quince minutos más buscando entre baúles y cajas viejas, encontré el peluche perfecto. Estaba encima de una estantería así que tuve que coger la escalera para cogerlo. Pero no estaba la escalera, así que la única manera que tenía de coger el peluche era saltando poco a poco hasta llegar al peluche. Pero no resultó. Así que me subí en una balda y empecé a escalar hasta llegar a donde el peluche. Se empezó a mover la mierda de estantería por mi peso, yo rezaba por que no se cayera, pero de nada sirvió rezar, la estantería se cayó encima de mí. La parte buena de la caída de la estantería, fue que pude coger el peluche, aunque estaba atrapada entre madera y peluches. En el mismo sitio qué se cayó el peluche, había un papel. Bastante viejo y tenía demasiado polvo. Decidí cogerlo y empezar a leerlo. Decía esto: 

  Hola, a quien lo lea.
  Mediante esta carta quiero decir que… Me he muerto. Puede que por accidente, o puede que yo lo haya hecho. Sé que suena raro, no sabía cómo empezar esto. Todo es improvisado. No sé quién leerá esto, solo quiero decirte que la vida no me da para más. Exactamente no sé cuánto duraré viva, los médicos me han dicho que unos días. No sabes de qué te hablo, ¿verdad? Bueno, no soy capaz de decirte esto a la cara y por eso escribo esto. Puede que te siente mal, pero piénsalo, o te lo decía o me iba con ello a la tumba. A ti, cariño, qué me diste gran amor en esta vida, gracias. Gracias por estar a mi lado pase lo que pase. Y a ti, mi bicho, ya que cuando seas mayor no estaré para ayudarte, recuerda que soñar es gratis, lo que cuesta es hacerlo realidad... Pero vale la pena intentarlo. Pero sobre todo, vive la vida, disfruta el momento y que no te importe lo que diga el resto. Eres lo mejor, y eso nadie puede negarlo. 

  Bueno, empezaré contando lo que de verdad me está pasando y por qué me pasa esto. 

  Cuando yo era joven, con unos diecisiete años aproximadamente en unas clases de gimnasia, al saltar el potro me dio un dolor en la costilla. Me caí al suelo del dolor. No podía moverme, así que me llevaron al hospital rápidamente. Estuve un mes ingresada en el hospital mientras me hacían pruebas de todo tipo. No encontraron nada y pude volver a mi vida normal. 

Recién cumplidos los veinte, en la universidad, me volvió a dar ese dolor en la costilla. Lo dejé pasar, hasta que del dolor me desmayé y me tuvieron que llevar al hospital de nuevo. Esta vez estuve dos meses ingresada hasta que me encontraron el fallo en mi cuerpo. Tenía cáncer. Tenía un cáncer en la costilla. Me dijeron que no era grave, que de momento me quedaban muchos años de vida. Así que salí del hospital y seguí con mis estudios. 

Todo me fue genial, ni un dolor más. Hice vida normal, me casé (con tu padre, o contigo, Joseba) y tuve una hija preciosa llamada Alicia. 

Un día decidí ir al monte, unas amigas mías me regalaron un viaje para escalar una montaña y me volvió a dar el dolor en la costilla. No quería morir de esa manera, asique cogí un papel y un bolígrafo y empecé a escribir una carta que hoy en día seguirá ahí. Los únicos que sabían qué yo sufría cáncer eran mis padres. Aunque mi padre murió de cáncer, por lo que se ve viene de familia la enfermedad.
No sé cuándo me moriré, y puede que me vaya a la tumba sin que vosotros dos sepáis la verdad de mi muerte, pero como ya os he dicho, soy incapaz de decirlo y tengo miedo. Espero que no os enfadéis mucho, sois mi vida y más. 


Os quiere

Ana



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